Supervivencia

/ viernes, abril 27, 2012 /

Soy una persona bastante torpe y facilona. Siempre he pensado que dentro de una Apocalipsis Zombie yo sería uno de los que va andando por las calles chamuscadas y no ve al zombie hasta que entra dentro del plano... y la palma.
Cabe decir, que uno de mis sueños recurrentes es el de una experiencia zombie situada en una noche oscura y siempre sangrienta.

Esta noche mi sueño comenzaba en un edificio donde yo mismo actuaba de canguro de unos familiares. Si bien no sé quién, si que recuerdo a tres niños pequeños de color, mi abuela y mi tía. De ahí saltamos a una ciudad semidesértica salpimentada por unos pequeños grupos de zombies que me perseguían ociosamente. A mi lado, figuraba como mi compañero de fatigas, El Dictador, de la película homónima de Sacha Baron Cohen.
A saber qué coño pintaba este tío por estos lares.
Juntos huíamos desde un hospital, desde el cual imagino que escapábamos, hasta el edificio del comienzo de mi pequeña historia. Durante mi huída mi malvado amigo utiliza a varias personas como cebo-zombie para que podamos huir y llegar a nuestro punto. Una vez a salvo, me reencuentro con mi tía y dos de aquellos pequeñajos convertido ya en mayores que me informan de que el tercer hermano murió hace ya algo de tiempo.
En esto, que al otro lado de la acera observo a mi abuela, que ha sido designada como la persona que sale a por provisiones. Observo también como no se fijan los zombies en ella, y observo también cómo se ha dejado la puerta de nuestro edificio convertido en inesperada fortaleza. Oigo pasos corriendo, gritos y murmullos por las escaleras...

Cuando me despierta mi madre. Son las 8:30. Entro a trabajar a las nueve. Mi mente comienza a carburar: llegaré tarde si no me doy prisa. Me lavo como puedo, no desayuno y salgo pitando con el coche.
Por suerte, el camino ha estado libre de coches. Demasiado libre. Siento como que algo va mal, mi sueño empieza a viajar desde el interior de las noches hasta mi mente... pero veo gente por las calles y me auto complazco asegurándome de que todo va bien.
Llego a mi destino. Son las 8:55. Entro a trabajar a las nueve. Bien hecho! En ese precios instante mi mente deja de lado sueños zombies y decide acordarse de que ese mismo día, a primera hora, debía dejar el coche en los talleres para pegarle un pequeño repaso. Vuelvo a chafarle a fondo y llego al taller en cuestión.
Llego de nuevo a casa. Son las 9:20. Entro a trabajar a las nueve. Mierda. A esto sí que le llamo yo sobrevivir...

0 cosillas al respecto:

Publicar un comentario

 
Copyright © 2012 El Increíble Hombre Estufa, All rights reserved
Design by DZignine. Powered by Blogger